La cornisa de La Calderita: A medio camino entre el cielo y el suelo
14 de enero de
2525 A.C. Son las 6 de la tarde y el vigía que se encuentra en la
terraza de La Calderita observa cómo se reflejan en las aguas del
río Matachel las primeras hogueras del poblado del Cerro Alajón. Al
alzar la vista ve al oeste el filo de la Luna creciente en conjunción
con Marte y Venus. Aún le queda un poco de pintura que elaboró con
arcillas ferruginosas del río y un poco de resina. Saca un pequeño
pincel hecho con pelo de cabra e inmortaliza la escena.
Quizás nada de esto sucedió. Quizás
ocurrió mil años antes o mil años después. Quizás vio la
explosión de una supernova como aquellos astrónomos chinos en 1054.
Hay una brecha en nuestra comunicación que a día de hoy no podemos
salvar, pero ahí continúa este testimonio varios milenios después.
Luna y dos astros representados en La Calderita
La primera pregunta que nos hacemos es
cómo era el cielo que nuestros antepasados del calcolítico veían.
¿Se parecía al nuestro? Tenemos que tener en cuenta que el
movimiento aparente de las estrellas es extremadamente bajo, por lo
que las constelaciones tenían la misma apariencia que ahora. La
primera diferencia que observaríamos es que actualmente no hay
prácticamente ningún punto cardinal cuyo horizonte no esté
contaminado por las luces de alguna ciudad o pueblo. Cuanto más se
acostumbra la vista a la oscuridad más evidente se hace. Hoy día
desde el abrigo de La Calderita no se puede observar el horizonte al
norte, ya que está totalmente eclipsado por las luces de Mérida. La
segunda diferencia es que nuestro artista se sorprendería por esas
pequeñas luces que surcan el firmamento poco después de anochecer.
Son los satélites artificiales que hasta hace poco no existían.
Alejandra señala un ídolo en la pared
Ya no nos hace falta mirar al cielo.
Nuestros smartphones nos indican en cualquier momento qué
hora es, en qué día estamos, e incluso la previsión meteorológica
para las próximas fechas. Pero el hombre primitivo era totalmente
dependiente de él. Así lo reflejan numerosos testimonios en la
pintura parietal esquemática en nuestra comunidad. Son habituales
las representaciones de astros, así como encontrar agrupaciones de
distintas maneras de 28 barras a modo de calendario lunar. También
encontramos numerosas agrupaciones de puntos en las que algunos creen
ver estrellas. Si pudiéramos preguntarles -¡Eh! ¡Qué son esos
puntos!- nos sacarían de dudas. Quizás tan solo era la cuenta
de las cabezas de ganado que bajaron al valle por la mañana.
Arte parietal esquemático en el panel principal
Pero si hay algo de nuestro cielo que
se repite prácticamente en todos los abrigos es el sol. No es de
sorprender, casi todas las culturas lo han adorado en alguna ocasión.
Encontramos soles radiados por toda la geografía extremeña, y se
cree que su sentido va más allá del astronómico: nos referimos a
un sentido religioso. Y no era para menos, pues la maduración de las
cosechas, la presencia de pastos, la migración de las aves, todo
dependía del sol. Si nos ponemos en la piel de estas personas, la
noche debía de ser aterradora. El frío y la oscuridad se mezclaban
con los animales salvajes, manadas de lobos, y osos. No es de
extrañar que le rindieran culto.
El abrigo de la cornisa de La Calderita
es uno de los más y mejor estudiados de la comunidad extremeña.
Aunque debió ser conocido desde antiguo por los vecinos de La Zarza,
la primera noticia que se tiene data de 1916, cuando es localizado
por Tomás Pareja, prospector del abate naturalista y
arqueólogo francés Henri Breuil. Este hace los
correspondientes calcos y lo denomina Abrigo de las Viñas. La
presentación del abrigo se hará 5 años después, en la exposición
de Arte Prehistórico Español de Madrid. Este evento
consiguió despertar el interés nacional por el abrigo, quizás
herido en el orgullo patrio, e hizo que el Museo Nacional de
Ciencias Naturales comisionara a Eduardo Hernández-Pacheco
para su estudio en 1926. Como si de una reacción en cadena se
tratase, a su vez el Centro de Estudios Extremeños decide
enviar a Virgilio Viniegra, funcionario de Correos y
Telégrafos en Badajoz y miembro de la Real Academia de la
Historia. Este realiza unos calcos muy imaginativos, con más
voluntad que preparación académica. Es entonces cuando la
importancia del abrigo de La Calderita toma una triple dimensión:
internacional, nacional, y regional. Después del parón que supuso
la guerra civil y la posguerra, a finales del siglo XX resurge el
interés por el patrimonio rupestre extremeño y se multiplican los
estudios, siendo especialmente reseñables los de Magdalena Ortiz
y los más recientes de Hipólito Collado junto a José
Julio García Arranz, que ya emplean la metodología científica
moderna.
La Luna emerge tras la cornisa de La Calderita
Visitar hoy día el abrigo de La
Calderita es muy fácil. Hemos de tomar la carretera que une Alange
con La Zarza y a 3,2 km encontraremos a nuestra derecha una pista
perfectamente señalizada con un cartel de la Dirección General
de Patrimonio Cultural perteneciente a la Consejería de
Cultura y Turismo de la Junta de Extremadura. Seguimos por
este camino 700 m hasta que encontramos otro cartel que nos indica el
comienzo de la subida. En este punto dejaremos el coche y
continuaremos por la senda entre olivares y almendros. Distan tan
solo 800 m, aunque la última parte es más penosa de realizar por la
fuerte pendiente. La recompensa llega pronto con unas formidables
vistas al valle del río Matachel. La visita a las pinturas es
libre y en cualquier horario, y dispone de una plataforma desde la
que poder contemplarlas cómodamente a la altura adecuada.
La Calderita como una isla en un mar de nubes
¿Qué fue de ese pueblo que adoraba el
sol? Realmente nunca desaparecieron. Otros pueblos tomaron el testigo
de la adoración de los astros de nuestro cielo. En la vecina Mérida
podemos admirar en el mosaico cosmogónico la figura radiante de
Oriens, el joven sol naciente, y Occasus, una joven
luna. En los mármoles del foro romano encontramos a Júpiter
Ammon, con sus pequeños cuernos y la cabellera como el sol. El
sol era invencible, sol invictus que le llamaban. En el museo
nacional de arte romano encontramos la que quizás sea la última
representación de la luna como objeto de culto: la estela de la
luna, del siglo VI – VII. A partir de entonces nos tendremos
que conformar con verla a los pies de la Inmaculada Concepción.